Los vecinos del famoso prostíbulo se
quejan de
los malos olores provocados por las ocupaciones
constantes y de la
inseguridad por el expolio del local
Un reportaje de Raúl
Montilla en La Vanguardia
Algunas de las puertas del antaño famoso prostíbulo Saratoga de
Castelldefels se abren con tan sólo empujarlas: lo que queda de las las
pegatinas del precinto, o de las cintas de los Mossos, no impiden el paso a
quienes quieren entrar. Hay una puerta en la que, incluso, alguien ha colocado un
candado oxidado que algunas horas del día está abierto... "Cuando estaba
el puticlub al menos estaba limpio", apunta una vecina del edificio
contiguo. Los vecinos ya no pueden más. Antes era molesto. Ahora es una
pesadilla. El hedor que sale de dentro, donde se amontonan bebidas y abundan
los restos de comida, orines y heces es insoportable. Huele a animal muerto y
siempre hay alguien dentro removiendo algo.
En marzo del 2009, un juez ordenó el cierre de forma cautelar del Saratoga y de su hermano mayor, el Riviera. Un cierre que se ha ido alargando: forman parte de una compleja trama criminal que se sigue investigando. Pero, mientras, los dos locales siguen allí, abandonados y olvidados.
El cierre fue inmediato: A algunas chicas ni les dio tiempo a recoger ropa y recuerdos... Tres años después, el Saratoga está plenamente saqueado: se han arrancado hasta los contadores. Y las conducciones de agua. Y se ha convertido en un basurero frecuentado a todas horas.
De tanto en tanto, entran brigadas municipales a limpiar aunque, para hacerlo, tienen que pedir previamente autorización a la juez. Son procesos que pueden llegar durar tres meses. "Se ha actuado contra los mosquitos, contra las ratas, desalojado a la gente, pero necesitamos que nos autoricen, si no, no podemos", explica el alcalde de Castelldefels, Manuel Reyes. Califica la situación de compleja. Pero también de insostenible. "Ahora hemos pedido a la juez poder tapiarlo. Limpiarlo y tapiarlo. Porque si no, no acabaremos con los problemas", añade Reyes.
La noticia del cierre de los dos prostíbulos fue recibida, en el caso de algunos vecinos, con entusiasmo: las borracheras, los ruidos a altas horas de la noche e, incluso, los tiroteos de los últimos tiempos no gustaban a nadie... Pero a los pocos meses del cierre se produjo un primer robo de cobre. Y después de este, otros. Se le añadió un incendio. En los últimos meses, sobre todo desde abril, la presencia de inquilinos, que ya ni siquiera se esconden, se ha hecho habitual: ladrones y okupas de todo tipo. Incluso, hay algunos vecinos que aseguran que hay algunas chicas que, en horas determinadas, ofrecen servicios. Han ido furgonetas a cargar todo lo cargable en pleno día. "Se han llevado los aires acondicionados, los colchones, televisiones... Todo lo que había. Pero ahora es la porquería que hay, la gente que entra y sale. De día y de noche", señala otra vecina que, como todos los demás, prefiere el anonimato. Están cansados de los nuevos inquilinos del prostíbulo, algunos de los cuales no tienen problema en defecar a las puertas. Y eso que en el interior hay zonas que parecen que se han reservado para que funcionen como letrinas. Y lo peor, durante el verano ya se han producido entradas de estos inquilinos a los balcones de propiedades contiguas. Lo denuncia también el alcalde del municipio. "No se puede permitir", señala.
El precinto que un día pusieron los Mossos d'Esquadra está resquebrajado. No está en mejor estado el del Riviera, aunque su aspecto no tiene nada que ver con su hermano pequeño. En el gran prostíbulo tan sólo hay una ventana un tanto desencajada, de las plantas superiores. Y aunque los patios también están llenos de basura y revueltos, prácticamente es imposible entrar dentro. Las puertas están soldadas con barras de hierro. Aunque el alcalde no tiene conocimiento de quien las puso allí. Un día aparecieron. Se paró así el expolio, el que el edificio se convirtiera en un vertedero, aunque el proceso hace tan sólo unos meses también estuvo en marcha. Pero no es la pesadilla en la que se ha convertido el Saratoga.
"Llamas a la policía. Y normalmente te hacen caso. Vienen, desalojan a la gente y a los dos días vienen otros. O los mismos. Aquí han venido con furgonetas enteras, a plena luz del día, para llevarse todo lo que encontraban", explica una vecina. "Limpian. Enseguida se llena de basura. ¿Hasta cuando vamos a tener que soportar todo esto?", pregunta.
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