13/11/13

La ruta de las tentaciones


Estamos descubriendo el valor de los grupos de oferta turística. Siempre es más interesante para todos, tanto el empresario anfitrión como el visitante forastero, agruparse en líneas de oferta bajo un lema singular. Han aparecido rutas para el café, el cacao, el vino, la yerba mate, y muchos otros temas donde existan productos turísticos que constituyan una oferta consistente. Pero no siempre este grupo de atractivos existe. A menudo hay que crearlo, alrededor de un tema con suficiente fuerza para llamar la atención de los bolsillos de los viajeros. De siempre, las ofertas de servicios, los comercios, se han agrupado en los centros urbanos o en las calles de mayor tránsito. Ello les garantiza un flujo consistente de posibles compradores a quienes presentar las ofertas.

Esto es lo que pienso deberíamos llamar las rutas de las tentaciones. En un eje comercial potente, se crea una sinergia entre la calle, los establecimientos y los posibles compradores, curiosos de novedades. Unos mercados que hay que potenciar y satisfacer, porqué serán los que garanticen nuestra supervivencia.

En muchos casos, los responsables de planificación no son conscientes de estas oportunidades. Veamos el caso de los aeropuertos, donde transitan todos los días miles de viajeros, cientos de miles de forasteros, al alcance de nuestros productos y servicios.

Muchos aeropuertos se nos presentan como verdaderos centros de control, de sumisión y opresión. Las autoridades de los diferentes estamentos se complacen en hacernos sentir el peso de sus autoridades, obligándonos a transcurrir por filas, senderos y colas obligadas (que pueden ser verdaderos viacrucis), con lo que logran que nuestro tránsito trate de ser fugaz. Es frecuente sentirnos como objetos de deseo de tiendas de lujo, oportunistas vendedores de tarjetas telefónicas, a la mano de carísimos puestos de comida. Nuestra prioridad tiende a ser: salir y olvidar.

Pero acabo de estar en un aeropuerto que me ha parecido un buen ejemplo de ruta de las tentaciones. Allí, el viajero se siente libre de circular, los pasillos son verdaderas avenidas. Las tiendas no oprimen al que transita por sus paseos comerciales, se presentan como servicios atractivos para el viajero, impulsado a circular cómodamente por ellos. Muchos detalles confirman esta filosofía de servicio y confort al viajero.

Si toca el piano, hay un buen piano de cola a su disposición, con el podrá deleitar a un público amable incluso con sus aplausos. Si le apetece descansar, encontrará mullidos bancos donde hacerlo. Un masaje bajo un chorro de agua puede relajar nuestros cuerpos, un masaje de pies será siempre bien recibido.

Y no pueden faltar cómodos puntos de conexión a internet, con 30 minutos gratuitos. Este tiempo es más que suficiente para avisar a la familia o a los colegas, revisar el ultimo correo electrónico y leer las ultimas noticias.

Una feliz sensación de paz y confort para continuar viaje hacia la siguiente parada. 

¿Por qué no todos los aeropuertos se parecen al de Amsterdam?

www.laprensamagazine.cat

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