Estamos descubriendo el valor de los grupos de oferta turística. Siempre
es más interesante para todos, tanto el empresario anfitrión como el visitante
forastero, agruparse en líneas de oferta bajo un lema singular. Han aparecido
rutas para el café, el cacao, el vino, la yerba mate, y muchos otros temas
donde existan productos turísticos que constituyan una oferta consistente. Pero
no siempre este grupo de atractivos existe. A menudo hay que crearlo, alrededor
de un tema con suficiente fuerza para llamar la atención de los bolsillos de
los viajeros. De siempre, las ofertas de servicios, los comercios, se han
agrupado en los centros urbanos o en las calles de mayor tránsito. Ello les
garantiza un flujo consistente de posibles compradores a quienes presentar las
ofertas.
Esto es lo que pienso deberíamos llamar
las rutas de las tentaciones. En un eje comercial potente, se crea una sinergia
entre la calle, los establecimientos y los posibles compradores, curiosos de
novedades. Unos mercados que hay que potenciar y satisfacer, porqué serán los
que garanticen nuestra supervivencia.
En muchos casos, los responsables de
planificación no son conscientes de estas oportunidades. Veamos el caso de los
aeropuertos, donde transitan todos los días miles de viajeros, cientos de miles
de forasteros, al alcance de nuestros productos y servicios.
Muchos aeropuertos se nos presentan
como verdaderos centros de control, de sumisión y opresión. Las autoridades de
los diferentes estamentos se complacen en hacernos sentir el peso de sus
autoridades, obligándonos a transcurrir por filas, senderos y colas obligadas
(que pueden ser verdaderos viacrucis), con lo que logran que nuestro tránsito
trate de ser fugaz. Es frecuente sentirnos como objetos de deseo de tiendas de
lujo, oportunistas vendedores de tarjetas telefónicas, a la mano de carísimos
puestos de comida. Nuestra prioridad tiende a ser: salir y olvidar.
Pero acabo de estar en un aeropuerto
que me ha parecido un buen ejemplo de ruta de las tentaciones. Allí, el viajero
se siente libre de circular, los pasillos son verdaderas avenidas. Las tiendas
no oprimen al que transita por sus paseos comerciales, se presentan como
servicios atractivos para el viajero, impulsado a circular cómodamente por ellos.
Muchos detalles confirman esta filosofía de servicio y confort al viajero.
Si toca el piano, hay un buen piano de
cola a su disposición, con el podrá deleitar a un público amable incluso con
sus aplausos. Si le apetece descansar, encontrará mullidos bancos donde
hacerlo. Un masaje bajo un chorro de agua puede relajar nuestros cuerpos, un
masaje de pies será siempre bien recibido.
Y no pueden faltar cómodos puntos de
conexión a internet, con 30 minutos gratuitos. Este tiempo es más que
suficiente para avisar a la familia o a los colegas, revisar el ultimo correo
electrónico y leer las ultimas noticias.
Una feliz sensación de paz y confort
para continuar viaje hacia la siguiente parada.
¿Por qué no todos los aeropuertos se parecen al de Amsterdam?www.laprensamagazine.cat
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